El envenenamiento por plomo ha afectado a millones de personas desde que el mundo se industrializó, pero la problemática relación de los humanos con el metal tóxico se remonta a mucho más atrás en el tiempo. Nuestros ancestros también tuvieron que lidiar con el plomo al respirar ceniza volcánica y beber agua contaminada.
Un nuevo estudio publicado en Science Advances ha revelado que los seres humanos han estado expuestos al plomo durante más de dos millones de años. La prueba está en dientes fosilizados que tienen marcas de absorción de plomo, lo que indica que el metal ha estado en nuestros sistemas desde mucho antes de la Revolución Industrial.
Los peligros del envenenamiento por plomo
En la era moderna, el plomo es, con razón, difamado como un peligro crítico para la salud pública. No es necesario tener metal en nuestro cuerpo y, cuando se acumula, puede causar una variedad de problemas de salud como presión arterial alta, trastornos nerviosos, dolor abdominal y fatiga. Los niveles elevados de plomo pueden provocar daños cerebrales importantes, que en ocasiones provocan la muerte.
El envenenamiento por plomo es un área de especial preocupación para los niños, ya que absorben más plomo que los adultos. Los niños que están expuestos a cantidades excesivas de plomo a menudo mostrarán signos de problemas cognitivos y de desarrollo a medida que crecen.
El plomo se encuentra naturalmente en la corteza terrestre, pero el peligro real está en las fuentes de plomo que provienen de actividades industriales como la minería y la fundición. La contaminación por plomo en los productos de consumo es otra fuente potencial de exposición. Recientemente se han encontrado niveles nocivos de plomo en ciertas marcas de proteína en polvo y canela, por ejemplo.
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Una larga historia de exposición al plomo
El nuevo estudio demuestra que los humanos antiguos también estuvieron expuestos al plomo, aunque de forma exclusivamente natural. Al examinar 51 dientes fósiles de especies de homínidos y grandes simios, los investigadores encontraron signos de exposición episódica al plomo en el 73 por ciento de los especímenes.
Llegaron a esta conclusión después de identificar bandas de plomo en los dientes, lo que sugiere que el plomo entró en el cuerpo de los especímenes a través de fuentes ambientales como agua contaminada, suelo o actividad volcánica. El plomo que se había acumulado en sus huesos a partir de estas fuentes también podría haber sido liberado posteriormente en el cuerpo debido al estrés o la enfermedad.
“Nuestros datos muestran que la exposición al plomo no fue sólo un producto de la Revolución Industrial, sino que era parte de nuestro panorama evolutivo”, dijo en un comunicado el autor Renaud Joannes-Boyau, profesor de la Universidad Southern Cross. “Esto significa que los cerebros de nuestros antepasados se desarrollaron bajo la influencia de un potente metal tóxico, que puede haber moldeado su comportamiento social y sus capacidades cognitivas durante milenios”.
Desarrollando resistencia al daño cerebral
Para comprender los efectos del plomo en el cerebro, los investigadores recurrieron a modelos cerebrales en miniatura cultivados en laboratorio. Se centraron en dos versiones de un gen del desarrollo llamado NOVA1: una que representaba una variante humana moderna y otra que representaba una variante arcaica encontrada en homínidos extintos.
Cuando la variante arcaica NOVA1 fue expuesta al plomo, la actividad cerebral en regiones asociadas con el desarrollo del habla y el lenguaje se vio significativamente alterada. Por otro lado, el mismo nivel de exposición al plomo en la variante moderna NOVA1 mostró un efecto negativo menor en esas regiones. Esto sugiere que, en algún momento, los humanos obtuvieron una protección mejorada contra los efectos neurológicos del plomo con la variante moderna del gen NOVA1.
Los investigadores dicen que esta adaptación genética para tolerar el plomo mejor que otros homínidos puede incluso haber moldeado el desarrollo del lenguaje humano y la cohesión social a nivel de grupo, dándonos una ventaja evolutiva sobre los neandertales y otros homínidos.
“Nuestro trabajo no sólo reescribe la historia de la exposición al plomo”, dijo Joannes-Boyau, “también nos recuerda que la interacción entre nuestros genes y el medio ambiente ha estado dando forma a nuestra especie durante millones de años, y continúa haciéndolo”.
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