“Los menores son un chollo para ellos. Un chaval en busca de identidad es una esponja, y los chicos hoy acceden sin filtro a contenidos violentos: degollamientos, ejecuciones, suicidios, atentados…” Cuando el teniente Luis, investigador antiterrorista de la Jefatura de Información de la Guardia Civil, describe la recluta de adolescentes que el yihadismo hace en internet, ya ha citado tres claves de lo que en su unidad consideran “una tormenta perfecta”.
La Guardia Civil considera un “riesgo emergente” la captación de adolescentes por el terrorismo islamista, el fenómeno creciente que las Fuerzas de Seguridad del Estado observan desde hace algo más de un año de implicación de menores en labores de fanatización de otros menores, y de autocapacitación para fabricar explosivos, usar armas o planear atentados en la vía pública.
Del único menor detenido en 2019 se ha pasado a una media de tres por estación… pero esos son los capturados cuando ya están “en un punto de no retorno en su radicalización”. No hay forma de contar los prosélitos de la yihad que, empapados por la propaganda violenta, se mueven discretamente en las redes sociales y plataformas de mensajería y videojuegos.
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ISIS, Al Qaeda o cualquiera de sus franquicias ya no precisan imanes radicales emboscados en comunidades de musulmanes pacíficos en Occidente, ni madrasas integristas en los territorios que controlan, ni mezquitas disimuladas en garajes… Tampoco una estructura de Estado como la que Daesh intentó implantar en Siria e Irak. Vencido allí por las armas, aquel califato ya no existe, pero sí existe, y con millares de adeptos, el califato digital.
Leoncitos terroristas
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En 2012, en tiempos de la guerra contra ISIS, el Estado Islámico llamaba a sus niños soldado los “leoncitos del Califato”. Ahora aquellos menores aleccionados para dejarse rodar en vídeo ejecutando a prisioneros con un tiro en la nuca no están en ningún campo de entrenamiento, pero sí en Tiktok, Instagram, Facebook, Mastodon, Conversation, Dlive, YouTube, SoundCloud, Archive, Discord, Session, Justpaste…
En las redes comparten manuales de uso de armas y fabricación de explosivos, consumen viejos vídeos que refrescan y reemiten ellos mismos con cortapegas de internet, se prometen entre sí venganza por la matanza de bebés en Gaza o se graban haciendo el bayat, el juramento con el dedo en alto, tawhid, símbolo de la unicidad del Islam, de que algún día cumplirán el viejo llamamiento del jeque de Daesh Abu Mohamed Al Nani desde Irak: “No hace falta que vengáis aquí, cualquier musulmán ha de derramar sangre de los cruzados en sus países occidentales”.
“Estos jóvenes son nativos digitales, nacieron con una tableta bajo el brazo, y se saben mover perfectamente en el ciberespacio”, explica un oficial superior de Información de la Guardia Civil. “Viven una vida paralela en internet que sus padres no sospechan -abunda-, incluso en familias estructuradas, dedicadas a su trabajo y su vida normal, que se llevan una dura sorpresa cuando ven a su hijo detenido”.
Este experto habla de “boom en internet” de este tipo de contenidos. Y su audiencia conoce bien el impacto de las imágenes. El muchacho de 15 años que el pasado 15 de abril entró en una iglesia de Sidney (Australia) y acuchilló al sacerdote quiso aprovechar la retransmisión en directo; sabía que la misa se daba por televisión.
Nativos digitales
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Forma parte de esa tormenta perfecta de radicalización de jóvenes musulmanes (y algunos nada religiosos) la combinación de una estrategia terrorista y una expansión de las nuevas tecnologías.
Si hace un año estos jóvenes se dedicaran a recalentar sus sueños probando versiones alteradas de videojuegos de guerra como Call of Duty, ahora se fabrican sus propios productos con Roblox. Esa plataforma de diseño de juegos online utilizaba el joven que la Guardia Civil detuvo en Plasencia (Cáceres) el pasado 30 de noviembre para diseñar su propio campo de batalla desértico y sus muyahidines, con estribillos musicales de Nasib de fondo, Se había convertido en un seguidor del difuso mandato que ISIS hace “a los cibernautas que están luchando detrás de las pantallas”.
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La escuela de terroristas que el yihadismo tiene dispersa por Internet llama a chavales y chavalas que conocen a sus camaradas en internet, ya no jugando en la calle. El extremeño detenido en noviembre estaba en contacto con otro adolescente fanático también capturado… en Mallorca. “Buena parte de sus vidas sucede en la pantalla de su teléfono móvil”, explica Luis. “Han pasado de la mezquita al dormitorio”, tercia el oficial superior.
Junto a la expansión de las nuevas tecnologías y la estrategia terrorista juega su papel “la normalización de cosas que no son normales”, explica este agente, todavía sorprendido de la impunidad con que se movía uno de sus detenidos. En Sitges (Barcelona) se preparaba para atacar con explosivos, TATP artesanal, bombas de «la madre de Satán» hechas en casa, y se lo contaba a sus amigos, que lo asumían sin más. “Ven tanta violencia en las pantallas, que no les parece raro”.
En esa loca carrera, no es nada extraño un niño occidental preguntando a la Fundación de Ciencias Militares Al Saqri, rama de ISIS, que ha asesorado a estos reclutas digitales sobre la fabricación de TATP, la sustancia deflagrante a base de peróxido tan frecuente en el yijhadismo. Ni tiene ya exotismo alguno que con ese hagstag, TATP, o el más elocuente “explosive preparation”, hagan búsquedas en plataformas de intercambios de archivos como la italiana JustPaste.
Del árabe al castellano
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Juega también a favor del califato digital el algoritmo. Si un menor consume contenidos del integrismo, esa fórmula informática rectora de las redes sociales le proporcionará más, y más. “Si a esa alta exposición que sufren menores vulnerables, en busca de identidad, se le une la ausencia de control parental…” relata el teniente.
Cuentan en la UCE2 de la Guardia Civil que en los últimos casos de menores detenidos por delitos de radicalización terrorista o capacitación para atentar no había un adulto instructor: ellos solos se fanatizaron.
En los vídeos que menudean entre prosélitos de aquí, entre imágenes viejas de Siria y nuevas de Gaza han empezado a aparecer contenidos españoles, como fotos de coches del Cuerpo Nacional de Policía.
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Y algunos pioneros que empezaron aprendiendo árabe en vídeos de arenga yihadista tampoco precisan ya ese esfuerzo. Cuenta uno de los oficiales consultados en el instituto armado que sube “el impacto del castellano como lengua vehicular de su propaganda. No es solo por nosotros: el terrorismo piensa también en los jóvenes de Sudamérica…”
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