Yolanda Díaz (Fene, A Coruña, 54 años) es una corredora de fondo en el maratón de la política. El corredor de fondo planifica con meticulosidad la carrera, prevé los posibles cambios de ritmo y las acometidas de los rivales, traza diferentes estrategias en función de las características del terreno, evalúa los imprevistos y estudia las posibilidades de correr en equipo o de hacerlo en solitario. A veces toma la cabeza de la carrera y ejerce de liebre o se posiciona estratégicamente detrás del favorito para acometer el arreón de los últimos metros.
El problema de Yolanda Díaz es que el discurrir de la carrera en la que se embarcó el día que decidió formar gobierno con el PSOE ha cambiado tanto a base de imponderables que han surgido metas distintas —a la medida según el corredor— cuando el maratón ya había comenzado. La meta de Sánchez es tratar de resistir hasta el final, acabar la prueba y hacerlo en condiciones para afrontar la siguiente; la de Díaz, tratar de seguir influyendo en el ritmo de la carrera. La del conjunto del Gobierno, desfondado por los frentes judiciales o por debacles como Extremadura, procurar que le adelante el menor número de rivales. Esta competencia, cuesta arriba y con corredores del otro equipo avanzando por la derecha y la ultraderecha, cada día es más improbable ganarla.
La política es tan torticera que, en contra de lo que marca el sentido común y las cuestiones de Estado, la vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo y el resto de Sumar se ahogaron en su propio discurso en el momento en que mantuvieron su apoyo al Gobierno cuando asomaron las primeras brasas de la corrupción del caso Ábalos o del caso Cerdán o del caso Koldo. Ahí se le cayó a Díaz los palos del sombrajo. Aquellas brasas son ahora un incendio alimentado por varios casos de abusos, acoso o agresión sexual atribuidos a cargos públicos muy relevantes dentro del PSOE, conocidos después de que Sumar superara su propia crisis tras la decapitación fulminante de Iñigo Errejón.
Es posible que a Podemos se le considere una formación talibana en sus principios, pero por la razón que sea, por coherencia o por conveniencia partidista o de sus líderes, acabó bajándose del barco, ya no se recuerda si antes o después de que Sánchez y el resto del PSOE comenzaran a soltar amarras de la formación de Ione Belarra. Extremadura ha sido un aviso a los navegantes. Sumar y Yolanda Díaz se mantienen a bordo y lo harán hasta el final, hasta que lleguen al abrigo de un puerto o acaben por hundirse en las aguas agitadas de la decimoquinta legislatura.
El ultimátum lanzado días atrás a Sánchez por la vicepresidenta segunda al exigir una remodelación profunda del Gobierno se recordará como uno de los mayores patinazos de la coalición. No solo llegó tarde, con Santos Cerdán salido de la cárcel y José Luis Ábalos tomando el relevo, sino que lo hizo socios sin el consenso de sus propios y con la notoria displicencia del PSOE. Al día siguiente, Izquierda Unida o la ministra Mónica García, coaligada de Sumar, admitieron haber entrado del ultimátum por los periódicos y Sánchez despachó la crisis con una reunión bilateral de bajo nivel.
A Yolanda Díaz y su círculo de Gobierno, antes y después de la salida de Podemos, deben agradecerse medidas sociales de un calado incalculable: de la reforma laboral al debate sobre la reducción de la jornada de trabajo o la suspensión de la venta de munición a Israel. Todo ello en tiempos no muy lejanos, acrecentado en el corto período entre junio de 2023, en que Sumar se sitúa como aliado principal de los socialistas en el pacto de investidura de ese año, y diciembre de 2025, cuando la ministra de Trabajo lanza el órdago que derivó en una de las crisis de Gobierno más breves de la democracia.
Una semana en política equivale a varios años en el ciclo vital de una persona. Con Podemos y Compromís fuera de la coalición, Yolanda Díaz ha pasado de piedra angular del Gobierno a víctima del desdén de las compañeras y compañeros socialistas del Consejo de Ministros, aun a costa de su propio desgaste personal. En 2024 se separó de su pareja de los últimos 20 años, un efecto colateral de la política llevado con la discreción que no ha sido capaz de mantener en su fallido ultimátum. Díaz pierde relevancia conforme el Ejecutivo va tapando las fugas de agua del barco a la deriva del que Sánchez es timonel. En este momento de ‘sálvese quien pueda’, nadie en el Gobierno está dispuesto a echarle un salvavidas, cuando, paradójicamente, el salvavidas continúa siendo ella.
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