Sei 215982342.jpg

Soy hija única. Decir esto a veces parece una confesión, sobre todo cuando la gente responde con un bienintencionado “¡Oh, no lo pareces!”. Ahora, como madre de un niño en edad preescolar, veo a mi hija lidiando con las mismas suposiciones. “¿Tiene hermanos mayores?”, preguntó una maestra recientemente. “¡Juega tan bien con los otros niños!”.

Si parece que estoy alardeando de mi comportamiento (o del de mi hija), tendrán que disculparme: después de todo, soy hija única.

Durante más de un siglo, se nos ha considerado extraños, en el mejor de los casos; antisociales, neuróticos y narcisistas, en el peor. “Ser hijo único es una enfermedad en sí misma”, declaró el psicólogo infantil del siglo XIX Granville Stanley Hall.

Si existen realmente diferencias entre las personalidades y el bienestar de los hijos únicos y los que tienen hermanos sigue siendo una cuestión polémica, que ha cobrado nuevo impulso con la creciente tendencia a la crianza en un solo hijo.

Las familias con un solo hijo se han vuelto más comunes desde la década de 1970 en los países de altos ingresos, incluidos Estados Unidos y el Reino Unido, ya sea “por obligación o por elección”, dice Éva Beaujouan, demógrafa de la Universidad de Viena, Austria. En Europa, casi la mitad de todos los hogares con hijos tienen un solo hijo.

A pesar de su creciente popularidad, las familias con un solo hijo siguen enfrentándose a la idea, desde hace mucho tiempo, de que esta situación es de algún modo perjudicial. Afortunadamente, ahondar en las investigaciones contemporáneas puede ofrecer cierto grado de claridad, y sugiere que ser hijo único puede tener consecuencias sorprendentes. Los hallazgos pueden ofrecer cierta tranquilidad a los padres que han tenido un solo hijo y a aquellos que todavía debaten cuántos hijos pueden tener.